"Tú eres como yo, diferente de la mayoría de las personas, eres Kamala y nada más. Dentro de ti hay paz y un refugio a donde puedes ir a cada hora del día. Yo también puedo hacerlo. Poca gente tiene ese asilo y, sin embargo, todos lo podrían tener."
En este espacio comparto algo de mis sentires y pensares mientras recorro mi propia evolución, mi propio Despertar a mi STYLE. Reconozco que las palabras son sólo la punta de un gran iceberg de un constante experienciar de vivencias. Bitacoreo... DÍAS VIVIDOS en PRESENTE PERFECTO! jeje Un abrazote, Todas mis YO's by Brenda G. alias Kamala Telb
"Algo de mis Yo's Puntosuspensivadas (…)" by Brenda G. alias Kamala Telb
Siddharta y Kamala
Palabras de Siddharta a Kamala
Ujuuum....ASI MISMITO!!
viernes, 18 de abril de 2014
(KT-2014) “Séptima Palabra: In Manus Tuas, Domine, commendo spiritum meum” (1988) by YO
Hoy Viernes Santo 2014, a 26 años de haber escrito estas líneas, y haber recorrido muuuuucho camino... continúo "enchulá" de este "Personaje" llamado "EL CRISTO" que me estremece en tooooodos los sentidos. Que cooooosas!! Quién lo diría, ah? Yo tan carnal, tan imperfecta, tan insegura y/o ilusa en tantos aspectos... con mi alias, con mi comprensión particular del cosmos, con mis research contrastantes, en fin con tooooda yo y las Yo's en mí... y sí... continúo enchulá, enchulá, enchulá!... que es lo mismo que enamorada, extasiada, entusiasmada, impresionada, etc. etc. etc. "En tus Manos Encomiendo Mi Espiritu" y tooooodas mis esencias conocidas, desconocidas, descubiertas, recordadas y recordando!! AMEN! Lo demás... sobra!! (....) Brenda G. alias Kamala Telb
(BG-1988) “Séptima Palabra: In Manus Tuas, Domine, commendo spiritum meum”
by YO
PADRE, EN TUS MANOS
ENCOMIENDO MI ESPÍRITU
Por: Brenda M.
González Aguirre
Parr. Santa Rosa de
Lima
16/abril-Cuaresma 1988
Séptima
y última palabra:
“In
Manus Tuas, Domine, commendo spiritum meum”.
“Padre
en Tus Manos encomiendo mi espíritu.”
[Saludos a Tod@s.
Esto lo escribí hace ya 17 años, justo a
mis 17 de edad. Me parece interesante
lanzarme a reflexionar a la 'luz' de mis 34 años actuales el día 10 de marzo de
2005 a las 8:21pm… con el equipaje (o mejor dicho: des-equipaje) adquirido (o
mejor dicho: Liberado).
Ciertamente, me doy cuenta que continúo
la línea de Confianza Plena de aquel entonces, sin embargo ahora ya no
cuestiono en lo absoluto, ahora ... ¡ENTIENDO! Ahora sí que estoy concientemente juque'á con
este chulo personaje llamado Cristo, Jesús, Sananda, Jeshua, Hijo de Dios,
Mesías....etc, etc, etc. Comparto con ustedes
ésta “Sin Editar” de hace tanto tiempo, para en algún momento hacerles llegar
la actualizada. Mis Respetos.]
Toda jornada, con una mañana y una noche, es un nacimiento y una muerte; toda decisión, toda aceptación, es una renuncia a algo. Al final de una jornada, como al final de una vida, todos nuestros pecados, todas nuestras ofensas al Dios de Amor, vuelven a subir del corazón al espíritu. ¡Que ni la noche ni la muerte, me encuentren sin arrepentimiento! Sobre todo la muerte, al quitarme el cuerpo, encuentre mi espíritu en tus manos, Señor, habiendo aceptado plenamente el sacrificio de mi vida por amor a Ti, reconociendo que vives en cada uno de mis semejantes porque ésa es la victoria que vence al mundo!
Aún así, Cristo, me pregunto, ¿a quién vas a dedicar la última de tus Siete Palabras que será también la última de tu vida? Con ella, se sellarán tus labios mortales. ¿Para quién será ese sello? ¿Para tu Padre? … ¡Lo siento! ¿Me dejas decir lo que pienso; me dejas decir la verdad? ¡Lo siento! Y, por otro lado, lo comprendo, dada la trayectoria que llevaban tus últimas Palabras. Al ritmo que iban, tenían que desembocar en tu Padre. Pero repito: ¡lo siento! Lo siento porque perdiste la última oportunidad. Sigues anticuado, Cristo. Con una mentalidad oxidada. La última palabra ya no se dedica como antes a tu Padre. La última palabra -y todas- la gente moderna las dedicamos a nuestros hermanos los hombres, sobre todo a los oprimidos, a los explotados, a los subdesarrollados. Pero no a tu Padre. ¿Para qué necesita tu Padre, allá en los cielos, la ofrenda de tu última Palabra? En cambio a tus hermanos los hombres se la debías en justicia; los habrías conquistado. Habrías ganado prestigio y popularidad, acercándote a ellos, regalándoles el detalle de tu última Palabra en la Cruz. Pero ya vemos, Cristo, que tú tienes verdadera obsesión con tu Padre. Empezaste las siete Palabras hablando con Él y en Sus Manos colocas, con tu espíritu, tu última Palabra. Las Siete, que son tu Testamento, transcurren en un diálogo entrañable y filial con tu Padre. Oras a tu Padre. Le pides que nos perdone. Te quejas a tu Padre. Le preguntas a tu Padre. Te abandonas en tu Padre. De tu Padre viniste y a tu Padre retornas después de haber cumplido, día a día, durante toda tu vida, la Voluntad de tu Padre. Por eso le dedicas la última Palabra. Claro que esta vinculación amorosa a tu Padre, no la improvisas ahora, de pronto, en el Calvario, entre fracasos y dolores, ante la muerte. Ésa fue la tónica y el aire de tu vida. Fue tu obsesión: “Las cosas de mi Padre.”; “La Voluntad de mi Padre.”; “La hora de mi Padre.”; “Eso lo sabe mi Padre.”; “Mi Padre decidirá.”; “Quien me ve a mí, ve al Padre.”; “Cuando lo diga mi Padre.”; “La casa de mi Padre.”; “Tú ya lo sabes, Padre.”; “Tú siempre me escuchas, Padre.”; “Padre nuestro que estás en los cielos…” (…)
Estabas en contínua comunicación con Él. Sin cerrar jamás la conexión: en hilo directo. Eras la Palabra del Padre, el espejo del Padre. Pero, siento decírtelo, Cristo, ya que se trata de algo tan entrañable para ti: esa mentalidad tuya está un tanto o bastante superada por ineficaz, porque no nos dice nada.
Hemos conservado de ti una sola cosa: la obsesión. Pero hemos cambiado el objeto. Tú estabas obsesionado con tu Padre; nosotros estamos obsesionados con los hombres. Tú estás vinculado a tu Padre por la plegaria y el diálogo entrañable; nosotros estamos vinculados a los hombres por la actividad y la organización eficiente y práctica. Hemos roto con el Padre y con la oración: no los necesitamos. Nos hemos volcado en una torrente de actividad social hacia los hombres. Para esta obsesión terrestre económica y cultural no es necesario el Padre ni la oración ni Tú, Cristo: para esto nos bastamos solos los hombres. Es evidente. ¿Orar? ¿Rezar como Tú al Padre? ¡Ridículo! ¡Inútil! Hoy nadie reza, y tienen razón. La oración no vale para nada. ¿Qué se saca en limpio de la plegaria en el mundo moderno? ¡Nada!
Hoy, Cristo, la consigna no es orar sino actuar, hacer, realizar. Los hombres no necesitan de su oración; la humanidad reclama sus obras. En lugar de visitar a Cristo en el Sagrario de una Iglesia o adorar a Dios en el culto, visite usted a un pobre o a un enfermo. En vez de andar comulgando tanto o hincándose de rodillas en el templo, consiga pan para que coman los hambrientos. En vez de hacer media hora de oración dialogando con su Padre Dios, invierta esa media hora en dialogar con los hombres sobre promoción social y económica. Será más positivo. Esto es lo que exigen hoy, Cristo, los signos de los tiempos. Tu clima evangélico de oración, ya no se usa. En el evangelio moderno ya no está la palabra oración. En su lugar se ha escrito otra palabra: Entrega, Compromiso: “Usted, comprométase y entréguese al máximo, sin dudar ni negar nada. Hasta las últimas consecuencias. Hasta la suprema donación. Así incondicionalmente; pero entréguese a los demás que lo reclaman y a quienes se debe en verdad y justicia. No a Dios que no lo necesita a usted."
Pero resulta, Jesucristo, que Tú siendo el Hombre de la oración obsesiva y del recurso incesante al Padre, fuiste al mismo tiempo el Hombre de la máxima entrega y del más generoso compromiso. Nadie más comprometido que Tú. Nadie podrá nunca superarte en generosidad y entrega a los demás. Viviste para los hombres sin dudar y sin quejarte de nada. Sacrificaste tu vida por amor a los hombres hasta morir ahora en una CRUZ. Y dentro de unos momentos, cuando cierres los ojos y dobles la cabeza, un soldado te partirá el corazón de un lanzazo y por la herida saldrán las últimas gotas de sangre que te quedaban dentro. Todo esto para acabar de entregarlo todo. Sin reservarte nada. Aún así no dejaste de orar. No cortaste la comunicación directa, entrañable y filial con tu Padre. Sabemos que tu muerte es un sacrificio en sentido propio. Sabemos que para Ti no se trataba de evitar la muerte sino de afrontarla; le pides al Padre no te conserve con un soplo de vida sino, al contrario, que tome tu alma inmortal. Ahora es necesario que arranques tu propia alma, viva, de un cuerpo desgarrado, con una decisión violenta de la voluntad. Así, en el momento de entrar en la muerte, Jesús, que es Dios, entrega su propio Espíritu, su Alma creada inmortal, a su Padre Dios. Eres el Hombre del Supremo Compromiso. Y eres el Hombre de la contínua Oración. No se pueden separar en Ti estas dos realidades. ¿Por qué nosotros enfrentamos y separamos estas realidades haciéndolas irreconocibles, frenándolas de nuestra actividad y entrega, un estorbo? ¿Por qué si a Ti la una no te impedía la otra? ¿Si a Ti, la oración no te estorbaba ni te frenaba? Al contrario, tomabas vuelo y fuerza con la oración al Padre para luego entregarte con mayor plenitud y empuje a tus hermanos los hombres. Somos nosotros los que separamos y hacemos incompatibles estas dos realidades supremas. Somos los que llevamos a una falsa y peligrosa contrariedad, la oración a Dios y la entrega a los demás, la caridad y la plegaria. No es una oposición de términos que obliga a decidir u optar por uno solo -o rezas o actúas-, sino que es la suma, la interacción de dos factores que se necesitan, se complementan y se perfeccionan en una maravillosa, auténtica y plena unión: “Reza y entrégate.”; “Oración y Compromiso.” Se ora para entregarse, y se entrega porque se ora. De tal modo que ninguno de los dos términos puede subsistir solo en una exclusión del otro. Es la síntesis o conclusión suprema que Tú realizas en el Testamento de tus Siete Palabras: la máxima entrega de tu vida en un diálogo vital con tu Padre. Desde que Tú viniste a morir en una cruz, la entrega inicial a Dios.
Nuestra vida cristiana supone entrega inicial a Dios. Nuestra vida cristiana es un triángulo con tres vértices: Cristo, Yo, Mi Hermano. Mi Hermano es un espejo que copia, repite y reproduce vitalmente al mismo Cristo. Por eso cuando más ame yo a Cristo, más me volcaré en mi hermano, porque es también Cristo. Y me lanzo de Cristo a mi hermano, y regreso de mi Hermano a Cristo, en un juego de ida y vuelta para retornar con más fuerza a mi hermano. Sin llegar a saber al final si amo más a Cristo que se copia en mi hermano, o a mi hermano que reproduce a Cristo. Viniste del Padre a entregarte a los hombres; y en breves momentos regresarás al Padre, llevándole a todos los hombres en tu corazón.
Cristo: el hombre más comprometido de la historia. Tu fidelidad al compromiso te ha llevado hasta la última consecuencia: la muerte. Tú lo dijiste: “Nadie ama más, que aquel que da la vida por los amigos.”; “Yo doy mi vida y la tomo de nuevo.”; “Nadie me la quita, sino que la doy yo por mí mismo.”; “Tengo el poder de darla y el poder de tomarla.” (Jn. 10, 17-18) Y vas a completar tu misión y cumplir lo que dijiste, muriendo en la cruz. Pero mueres rezando. No te cansas de rezar. Y la última palabra del hombre más entregado y comprometido fue una oración filial: “Padre en tus manos encomiendo mi Espíritu."
Hermanos: Cristo acaba de morir. Después de su última palabra, callaron sus labios y se cerraron sus oídos. Ya no habla, ya no oye, ya no podemos hablarle; sólo, contemplarle. Acaba de bajar la cabeza. La cabeza más bella y más clarividente; la cabeza de Cristo, sede suprema de la máxima sabiduría, se ha inclinado ante la muerte. Cristo ha bajado la cabeza ante el Padre. Su último gesto, nuestro testamento. Gesto misterioso que todos heredamos y que todos, queramos o no, cumpliremos. Todos terminaremos bajando la cabeza ante la muerte. De esto no escapamos aunque hayamos creído tener la mayor sabiduría, y aunque nuestra soberbia se rebele. Y ya antes, a lo largo de nuestra vida, aunque no lo queramos reconocer ni aceptar, hemos ido bajando la cabeza poco a poco a causa de los dolores, las injusticias, los fracasos, las enfermedades, los años, las desilusiones,...
Señor, puesto que hemos de bajar la cabeza, permite que como Tú, lo hagamos por y con amor. Con la aceptación salvadora y redentora de la entrega. Que nuestra débil y pobre e inclinada cabeza, rota por la vida y humillada por la muerte, descanse amorosa y filialmente, como la Tuya, Cristo, en el regazo de tu Padre. De nuestro Padre. “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu.” Pero encomendar nuestro espíritu viéndolo con una profundidad de humanidad, una pureza, un éxtasis, una alegría que nos haga encontrar la idea creadora escondida en el seno de cada ser.
Amén.
***
Reposición 10 de marzo de 2005 a las 8:21pm
Toda jornada, con una mañana y una noche, es un nacimiento y una muerte; toda decisión, toda aceptación, es una renuncia a algo. Al final de una jornada, como al final de una vida, todos nuestros pecados, todas nuestras ofensas al Dios de Amor, vuelven a subir del corazón al espíritu. ¡Que ni la noche ni la muerte, me encuentren sin arrepentimiento! Sobre todo la muerte, al quitarme el cuerpo, encuentre mi espíritu en tus manos, Señor, habiendo aceptado plenamente el sacrificio de mi vida por amor a Ti, reconociendo que vives en cada uno de mis semejantes porque ésa es la victoria que vence al mundo!
Aún así, Cristo, me pregunto, ¿a quién vas a dedicar la última de tus Siete Palabras que será también la última de tu vida? Con ella, se sellarán tus labios mortales. ¿Para quién será ese sello? ¿Para tu Padre? … ¡Lo siento! ¿Me dejas decir lo que pienso; me dejas decir la verdad? ¡Lo siento! Y, por otro lado, lo comprendo, dada la trayectoria que llevaban tus últimas Palabras. Al ritmo que iban, tenían que desembocar en tu Padre. Pero repito: ¡lo siento! Lo siento porque perdiste la última oportunidad. Sigues anticuado, Cristo. Con una mentalidad oxidada. La última palabra ya no se dedica como antes a tu Padre. La última palabra -y todas- la gente moderna las dedicamos a nuestros hermanos los hombres, sobre todo a los oprimidos, a los explotados, a los subdesarrollados. Pero no a tu Padre. ¿Para qué necesita tu Padre, allá en los cielos, la ofrenda de tu última Palabra? En cambio a tus hermanos los hombres se la debías en justicia; los habrías conquistado. Habrías ganado prestigio y popularidad, acercándote a ellos, regalándoles el detalle de tu última Palabra en la Cruz. Pero ya vemos, Cristo, que tú tienes verdadera obsesión con tu Padre. Empezaste las siete Palabras hablando con Él y en Sus Manos colocas, con tu espíritu, tu última Palabra. Las Siete, que son tu Testamento, transcurren en un diálogo entrañable y filial con tu Padre. Oras a tu Padre. Le pides que nos perdone. Te quejas a tu Padre. Le preguntas a tu Padre. Te abandonas en tu Padre. De tu Padre viniste y a tu Padre retornas después de haber cumplido, día a día, durante toda tu vida, la Voluntad de tu Padre. Por eso le dedicas la última Palabra. Claro que esta vinculación amorosa a tu Padre, no la improvisas ahora, de pronto, en el Calvario, entre fracasos y dolores, ante la muerte. Ésa fue la tónica y el aire de tu vida. Fue tu obsesión: “Las cosas de mi Padre.”; “La Voluntad de mi Padre.”; “La hora de mi Padre.”; “Eso lo sabe mi Padre.”; “Mi Padre decidirá.”; “Quien me ve a mí, ve al Padre.”; “Cuando lo diga mi Padre.”; “La casa de mi Padre.”; “Tú ya lo sabes, Padre.”; “Tú siempre me escuchas, Padre.”; “Padre nuestro que estás en los cielos…” (…)
Estabas en contínua comunicación con Él. Sin cerrar jamás la conexión: en hilo directo. Eras la Palabra del Padre, el espejo del Padre. Pero, siento decírtelo, Cristo, ya que se trata de algo tan entrañable para ti: esa mentalidad tuya está un tanto o bastante superada por ineficaz, porque no nos dice nada.
Hemos conservado de ti una sola cosa: la obsesión. Pero hemos cambiado el objeto. Tú estabas obsesionado con tu Padre; nosotros estamos obsesionados con los hombres. Tú estás vinculado a tu Padre por la plegaria y el diálogo entrañable; nosotros estamos vinculados a los hombres por la actividad y la organización eficiente y práctica. Hemos roto con el Padre y con la oración: no los necesitamos. Nos hemos volcado en una torrente de actividad social hacia los hombres. Para esta obsesión terrestre económica y cultural no es necesario el Padre ni la oración ni Tú, Cristo: para esto nos bastamos solos los hombres. Es evidente. ¿Orar? ¿Rezar como Tú al Padre? ¡Ridículo! ¡Inútil! Hoy nadie reza, y tienen razón. La oración no vale para nada. ¿Qué se saca en limpio de la plegaria en el mundo moderno? ¡Nada!
Hoy, Cristo, la consigna no es orar sino actuar, hacer, realizar. Los hombres no necesitan de su oración; la humanidad reclama sus obras. En lugar de visitar a Cristo en el Sagrario de una Iglesia o adorar a Dios en el culto, visite usted a un pobre o a un enfermo. En vez de andar comulgando tanto o hincándose de rodillas en el templo, consiga pan para que coman los hambrientos. En vez de hacer media hora de oración dialogando con su Padre Dios, invierta esa media hora en dialogar con los hombres sobre promoción social y económica. Será más positivo. Esto es lo que exigen hoy, Cristo, los signos de los tiempos. Tu clima evangélico de oración, ya no se usa. En el evangelio moderno ya no está la palabra oración. En su lugar se ha escrito otra palabra: Entrega, Compromiso: “Usted, comprométase y entréguese al máximo, sin dudar ni negar nada. Hasta las últimas consecuencias. Hasta la suprema donación. Así incondicionalmente; pero entréguese a los demás que lo reclaman y a quienes se debe en verdad y justicia. No a Dios que no lo necesita a usted."
Pero resulta, Jesucristo, que Tú siendo el Hombre de la oración obsesiva y del recurso incesante al Padre, fuiste al mismo tiempo el Hombre de la máxima entrega y del más generoso compromiso. Nadie más comprometido que Tú. Nadie podrá nunca superarte en generosidad y entrega a los demás. Viviste para los hombres sin dudar y sin quejarte de nada. Sacrificaste tu vida por amor a los hombres hasta morir ahora en una CRUZ. Y dentro de unos momentos, cuando cierres los ojos y dobles la cabeza, un soldado te partirá el corazón de un lanzazo y por la herida saldrán las últimas gotas de sangre que te quedaban dentro. Todo esto para acabar de entregarlo todo. Sin reservarte nada. Aún así no dejaste de orar. No cortaste la comunicación directa, entrañable y filial con tu Padre. Sabemos que tu muerte es un sacrificio en sentido propio. Sabemos que para Ti no se trataba de evitar la muerte sino de afrontarla; le pides al Padre no te conserve con un soplo de vida sino, al contrario, que tome tu alma inmortal. Ahora es necesario que arranques tu propia alma, viva, de un cuerpo desgarrado, con una decisión violenta de la voluntad. Así, en el momento de entrar en la muerte, Jesús, que es Dios, entrega su propio Espíritu, su Alma creada inmortal, a su Padre Dios. Eres el Hombre del Supremo Compromiso. Y eres el Hombre de la contínua Oración. No se pueden separar en Ti estas dos realidades. ¿Por qué nosotros enfrentamos y separamos estas realidades haciéndolas irreconocibles, frenándolas de nuestra actividad y entrega, un estorbo? ¿Por qué si a Ti la una no te impedía la otra? ¿Si a Ti, la oración no te estorbaba ni te frenaba? Al contrario, tomabas vuelo y fuerza con la oración al Padre para luego entregarte con mayor plenitud y empuje a tus hermanos los hombres. Somos nosotros los que separamos y hacemos incompatibles estas dos realidades supremas. Somos los que llevamos a una falsa y peligrosa contrariedad, la oración a Dios y la entrega a los demás, la caridad y la plegaria. No es una oposición de términos que obliga a decidir u optar por uno solo -o rezas o actúas-, sino que es la suma, la interacción de dos factores que se necesitan, se complementan y se perfeccionan en una maravillosa, auténtica y plena unión: “Reza y entrégate.”; “Oración y Compromiso.” Se ora para entregarse, y se entrega porque se ora. De tal modo que ninguno de los dos términos puede subsistir solo en una exclusión del otro. Es la síntesis o conclusión suprema que Tú realizas en el Testamento de tus Siete Palabras: la máxima entrega de tu vida en un diálogo vital con tu Padre. Desde que Tú viniste a morir en una cruz, la entrega inicial a Dios.
Nuestra vida cristiana supone entrega inicial a Dios. Nuestra vida cristiana es un triángulo con tres vértices: Cristo, Yo, Mi Hermano. Mi Hermano es un espejo que copia, repite y reproduce vitalmente al mismo Cristo. Por eso cuando más ame yo a Cristo, más me volcaré en mi hermano, porque es también Cristo. Y me lanzo de Cristo a mi hermano, y regreso de mi Hermano a Cristo, en un juego de ida y vuelta para retornar con más fuerza a mi hermano. Sin llegar a saber al final si amo más a Cristo que se copia en mi hermano, o a mi hermano que reproduce a Cristo. Viniste del Padre a entregarte a los hombres; y en breves momentos regresarás al Padre, llevándole a todos los hombres en tu corazón.
Cristo: el hombre más comprometido de la historia. Tu fidelidad al compromiso te ha llevado hasta la última consecuencia: la muerte. Tú lo dijiste: “Nadie ama más, que aquel que da la vida por los amigos.”; “Yo doy mi vida y la tomo de nuevo.”; “Nadie me la quita, sino que la doy yo por mí mismo.”; “Tengo el poder de darla y el poder de tomarla.” (Jn. 10, 17-18) Y vas a completar tu misión y cumplir lo que dijiste, muriendo en la cruz. Pero mueres rezando. No te cansas de rezar. Y la última palabra del hombre más entregado y comprometido fue una oración filial: “Padre en tus manos encomiendo mi Espíritu."
Hermanos: Cristo acaba de morir. Después de su última palabra, callaron sus labios y se cerraron sus oídos. Ya no habla, ya no oye, ya no podemos hablarle; sólo, contemplarle. Acaba de bajar la cabeza. La cabeza más bella y más clarividente; la cabeza de Cristo, sede suprema de la máxima sabiduría, se ha inclinado ante la muerte. Cristo ha bajado la cabeza ante el Padre. Su último gesto, nuestro testamento. Gesto misterioso que todos heredamos y que todos, queramos o no, cumpliremos. Todos terminaremos bajando la cabeza ante la muerte. De esto no escapamos aunque hayamos creído tener la mayor sabiduría, y aunque nuestra soberbia se rebele. Y ya antes, a lo largo de nuestra vida, aunque no lo queramos reconocer ni aceptar, hemos ido bajando la cabeza poco a poco a causa de los dolores, las injusticias, los fracasos, las enfermedades, los años, las desilusiones,...
Señor, puesto que hemos de bajar la cabeza, permite que como Tú, lo hagamos por y con amor. Con la aceptación salvadora y redentora de la entrega. Que nuestra débil y pobre e inclinada cabeza, rota por la vida y humillada por la muerte, descanse amorosa y filialmente, como la Tuya, Cristo, en el regazo de tu Padre. De nuestro Padre. “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu.” Pero encomendar nuestro espíritu viéndolo con una profundidad de humanidad, una pureza, un éxtasis, una alegría que nos haga encontrar la idea creadora escondida en el seno de cada ser.
Amén.
***
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Gracias.
¡Todo lo mejor!
Kamala Telb | Brenda González
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